Managua bajo la brutal desigualdad y pobreza
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Managua bajo la brutal desigualdad y pobreza



El ejercicio es fácil: uno debe ponerse tapones en los oídos para no oír el discurso vacío de la prosperidad oficial y apartar de la vista las cifras de bonanza económica que la propaganda pregona estridentemente a través de los medios oficialistas.


Descubrir la pobreza, insistimos, es tan fácil como tomar un autobús en Carretera Norte y desde la ventana recorrer Managua hasta bajarse en uno de los desordenados y caóticos mercados como el Roberto Huembes, al oriente de la capital, el Oriental, al noreste o el Israel Lewites al occidente.


Híbrido visual entre la opulencia y la miseria


Managua, la capital de Nicaragua, se extiende de norte a sur entre lujosos edificios, empresas modernas y ostentosas residencias que vertiginosamente ceden el paisaje a barriadas precarias, asentamientos desordenados y ejércitos de vendedores ambulantes en los semáforos.


En bus, a pie o en taxi, uno atraviesa avenidas bien señalizadas y limpias zonas acomodadas que conviven, de una cuadra a otra, con otras sucias y avejentadas calles donde los basureros se alzan a orillas de cauces llenos de basura donde gente hurga buscando desechos o quizás comida, acompañados de carretones de caballos famélicos que luego circularán lentamente por las avenidas principales donde atascarán en el tráfico a más de alguna camioneta lujosa de las miles que circulan por la ciudad.


La pobreza en Managua, capital de Nicaragua, se vislumbra a flor de piel, al igual que en el resto del país.

Porque ese, es otro detalle a ver: la desigualdad en el parque vehicular. Así como usted ve carretones jalados por caballos en las principales vías, en un semáforo como el de Altamira-Auto Lote El Chele, verá en fila destartalados taxis, viejos buses amarillos emisores de nubes de humo negro, minúsculos vehículos chinos intercalados con lujosas camionetas BMW o Mercedes, Toyota Prado y otras suburbanas japonesas o europeas, que cuestan no menores de 50,000 dólares.


La riqueza en datos y discursos


En papel y en cifras oficiales del Banco Central, Nicaragua es un país alegre y próspero: creció más del 10% en 2021 y cerca del 5% en 2022, mientras proyecta un crecimiento arriba del 4% en este 2023.

Los números de las reservas financieras son sólidas, las exportaciones crecieron en muchos rubros y las rentas de la banca y la empresa privada cerraron con buen éxito en 2022.



Sin embargo, datos de otras fuentes pintan un país distinto: una encuesta de CID Gallup de este mes develó que un 62% de los nicaragüenses percibe que la situación económica de Nicaragua está "peor" que el año pasado.


Un 54% de la población dijo que la situación económica de Nicaragua estará "peor" en los próximos 12 meses, mientras un 37% dijo que estará “mejor”.


"Durante 2022, en general la población de interés de este estudio se manifestó negativa. Vislumbraba el futuro económico del país peor que el año anterior; en el primer mes de 2023, la situación se estaciona y se mantiene con poco optimismo que estarán mejor en el futuro", indicó la firma.

CID Gallup precisó que "son de nuevo los seguidores del FSLN quienes piensan positivamente, los integrantes de la cohorte poblacional de 16-24 años, grupo que ha vivido gran parte de su existencia en gobiernos de Daniel Ortega y que en mayoría lo sigue y aprueba sus actos".


El sondeo se realizó entre el 3 y 16 de enero pasado, con una muestra de 1.204 personas mayores de 16 años, de manera telefónica, y tiene un margen de error del 2,8 % y un nivel de confianza del 95 %, según la ficha técnica.

Silencio, remesas y éxodo migratorio


Economistas consultados en Nicaragua dudan de la veracidad de dichos datos económicos, pero prefieren mantenerlo en silencio en vista de la situación de represión política y social, así como del cercenamiento de la libertad de prensa y de investigación periodística en ese país por parte del régimen de Daniel Ortega.



“El último sociólogo y economista que cuestionaba públicamente los datos oficiales se llama Óscar René Vargas y está secuestrado en ´El Chipote´, la cárcel política de la dictadura”, dice un economista nicaragüense que evita analizar la situación por temor a represalias.


En recientes informes el Banco Mundial ha estimado que bajo el régimen de Ortega, la pobreza subió un 13% en el 2022, pese al aumento de las remesas que generó la ola migratoria del año pasado, cuando más de 300.000 nicaragüenses, se marcharon en busca de trabajo y mejores condiciones democráticas.

Nicaragua recibió 2.887,8 millones de dólares en remesas de sus emigrantes entre enero y noviembre de 2022, un nuevo récord, confirmó el Banco Central de Nicaragua.


Esos 2.887,8 millones de dólares superaron la anterior marca de 2.578,3 millones de dólares que fueron captados en los primeros diez meses del mismo año.


¿El fin de Hambre Cero?


¿Se acuerdan de aquel estatal programa Hambre Cero? Ya nadie habla de ello. Al contrario: Nicaragua es el país que más hambre sufre en toda Mesoamérica, según revela un informe 2022 de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas).



Esta organización y la administración sandinista firmaron en mayo de 2022 un Nuevo Marco de Programación País 2022-2026, por un monto de 67,3 millones de dólares.


Según el estatal Plan Nacional de Lucha contra la Pobreza 2022-2026, el 24,9 % de la población nicaragüense vive en la pobreza, mientras que el 17,2 % vive en la extrema pobreza.

La noticia de FAO llevó a los propagandistas del régimen a repetir que los diversos programas sociales mantienen garantizada la seguridad alimentaria, pese a que son considerados como “asistencialistas” por expertos y críticos al mandatario.​


“De los 24 productos de la canasta alimentaria del país solo se importaron tres productos en 2022, es decir, en 21 artículos la producción fue suficiente para garantizar seguridad alimentaria, abastecimiento en los mercados, estabilidad de precios y exportar excedentes en algunos”, subrayó en conferencia de prensa el ministro de Hacienda y Crédito Público, Iván Acosta.

No obstante, el precio de la canasta básica ronda los 520 dólares, mientras la mayoría de familias, tienen ingresos por debajo de los 300 dólares, subrayó a la Voz de América el especialista Manuel Orozco, experto en remesas y desarrollo de Diálogo Interamericano, un centro de pensamiento con sede en Washington.


“Embustes de la dictadura”, dice analista


Para el economista independiente Enrique Sáenz, los datos oficiales son falacias: “La gente no come estadísticas oficiales”, dice.




La pobreza reinante en Nicaragua, él la observa en las bases de datos tanto del Instituto Nicaragüense de Información para el Desarrollo INIDE, como del Banco Central de Nicaragua: “ahí están las evidencias de la propaganda embustera de la dictadura”, acusa.


Tres datos revelan la pobreza y la carestía de la vida: 1. Según el INIDE el precio de la comida se elevó en 22% en 2022, pero el ajuste a los pensionados fue del 2%, el salario mínimo 7% y en las zonas francas 8%.

“La diferencia entre estos porcentajes significan lisa y llanamente hambre, porque una de las características de esta población es que la mayor parte de sus ingresos los destina a la comida”, apunta Sáenz.


El especialista enumera que según el INIDE, el porcentaje de inactividad laboral es del 33% de la población económicamente activa, es decir 3 de cada 10 nicaragüenses y el porcentaje de la población laboral en condición de subocupación es 38%.


“Si conforme la definición oficial un subocupado es una persona que no tiene empleo fijo y no gana ni el salario mínimo, allí tenés que al menos el 38% de la población no tiene ingresos ni siquiera para cubrir sus necesidades básicas”, señala.

Y agrega: “basta comparar el precio de la comida, según el INIDE y el salario mínimo de los distintos sectores para tener una idea de las dimensiones de la población en condición de pobreza”.


La otra cara de la realidad social


Apartemos los ojos de las cifras y volvamos la vista a las calles de Managua. Donde más se ve, se huele y se palpa la miseria es en los cientos de personas que pululan cada día en los semáforos de cada cruce de la capital.


Si bien, la mayoría son vendedores ambulantes y limpiavidrios audaces, abundan los indigentes de todas las edades.


Por ejemplo: en los semáforos de la rotonda Jean Paul Genie hacia el oeste, en las cercanías de Galerías Santo Domingo, un par de mujeres jóvenes y macizas empujan en sillas de ruedas a dos abuelas tostadas por el sol y atolondradas, quizás, por el vaivén frenético del tráfico vehicular de la zona.



Aprovechan el cuello de botella de la rotonda y recorren la pista sobre la línea blanca que divide los carriles para reflejar las caras lánguidas de las abuelas ante los espejos polarizados de los vehículos. Con suerte, algunos bajan sus vidrios y extienden algunas monedas o un billete de baja denominación. Otros pasan con indiferencia la escena.


“Los niños de las calles” siguen ahí y ahora son más


Ver mujeres jóvenes exhibiendo abuelas es, por así decirlo, menos doloroso que la escena que se desarrolla en los semáforos entre la sucursal Banpro de Carretera Sur y la tienda de repuestos automotrices contiguo al restaurante La Plancha II.


Hemos hecho un recorrido por ahí con “César”, un taxista curtido que por algún tiempo fue chofer de uno de los periódicos de Carretera Norte y que hoy sigue viviendo del mismo oficio de hace 15 años.

Cuenta que en ese punto de la capital ha llegado a contar en un mismo día hasta a 15 niños y niñas de diferentes edades, cargando a criaturas de pocos años o meses de nacido, cubiertas precariamente con pañales o pañuelos del sol calcinante de la capital, pidiendo dinero a los conductores de la zona.


Hemos tenido poca suerte hoy: solo vimos a dos adolescentes cargando a dos niños en la zona. La misma escena que la rotonda Jean Paul Genie: esperan la luz roja y caminan sobre las señales blancas del pavimento y golpean las ventanas cerradas de los vehículos detenidos y extienden las manos.


A pocos metros de esas escenas, ocultos entre las frondas de los árboles de los parques aledaños, los que parecen ser los padres y madres de los niños mendigos, observan la escena atentos a las monedas.


“Eso es diario y se ha empeorado”, dice César. “Aquella gorda de turbante rojo (una camisa enrollada al pelo) diario se viene con varios chavalitos, vive en San Judas y parece que por ahí anda reclutando a los niños que traen a pedir aquí”, señala.

¡Arriba los pobres del mundo!


No es nuevo. El fenómeno de los indigentes de Managua en los semáforos, revueltos entre vendedores informales, limpia vidrios y malabaristas que escupen fuego, bailan hip-hop y visten de payasitos, ha sido común en Managua desde los años 90.



Ni Daniel Ortega, cuando regresó al poder en 2007, pudo ocultarlos pese a la estridencia de sus campañas de “Amor hacia los más chiquitos”, cuando trató por un tiempo de sacarlos de las calles.


Eran tiempos aquellos, hace 16 años ya, cuando aparecieron por todo el país los rótulos de Ortega y sus mensajes de “Arriba los pobres del mundo” junto a mensajes que culpaban de la pobreza “a los 16 años de gobiernos neoliberales”.


Hoy ya no existen aquellos rótulos, pero los pobres siguen ahí en los 16 años de dictadura, cada día, en cada esquina de la capital: vendiendo baratijas, limpiando vidrios, implorando monedas e inspirando lástima con viejos en sillas de ruedas y bebecitos tragando sol y humo en las ardientes avenidas de este ciudad que parece un enorme escaparate de miseria.


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